Con el primer Domingo de Cuaresma damos comienzo a la gran catequesis que nos conduce a la Pascua. Domingo tras Domingo, iremos contemplando distintos aspectos que nos ayudan a ir redescubriendo nuestro propio bautismo, nuestra pertenencia a Dios, nuestro ser propiamente cristiano. Este es el camino de conversión que nos presentan las lecturas que durante este tiempo nos irán acompañando.
Hoy, el relato central del Evangelio pone ante nuestros ojos las tentaciones de Jesús en el desierto antes de iniciar su vida pública (Cf. Lc4, 1-13). Estas tentaciones tienen lugar en el final de los cuarenta días que el Señor pasa en el desierto ayunando –es decir, apartado- de los que son imagen los cuarenta días cuaresmales que estamos iniciando.
Pero ¿qué tienen que ver con nosotros esas tentaciones que pasó el Señor? ¿Qué nos dicen en nuestro tiempo aquello que ocurrió en el desierto?
La primera tentación: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”, no es otra cosa que el apetito, la apetencia a lo desordenado, a lo que no conviene.
La segunda tentación: “Te daré el poder y la gloria de todo eso… si te arrodillas delante de mí”. Esta es la tentación de la vanagloria, del poder conseguido a toda costa. El diablo (que significa “el que divide”) le muestra un reino grande y le pide a Jesús que se separe de Dios y le adore a él para conseguir poder.
La tercera tentación: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo…” que es la tentación deseo de honor, de la avaricia aunque sea necesario tirarse al vacío, sin sentido, sin ver nada.
Tres tentaciones y tres palabras de Jesús ante ellas. Como vemos a cada tentación, el Señor responde con una Palabra de Dios, porque “no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Pongamos en este día la mirada en el Señor que sube a Jerusalén, el lugar de la Cruz y de la Gloria, y pidámosle vencer como Él las tentaciones no con nuestras fuerza sino con la Palabra de Dios, sabiendo que “a sus ángeles ha dado órdenes para que guarden nuestros caminos” (Cf. Sal 90).